Acoge en ti mi oscuro desamparo,
la lobreguez extrema que me habita,
y enciéndeme en la noche la bendita
linterna de tu faz, igual que un faro.
El carbón de mi sangre ponlo claro,
acude a la llamada que te invita
y, desde tu bitácora infinita,
recuerda en este mundo a tu hijo caro.
A conmover tu túmulo me atrevo.
Muéstrate generoso de rocío
mientras oyes las preces que te
elevo.
No hurtes tus calores a mi frío,
toma el cáliz de hieles que me
bebo
y perdona mis deudas, padre mío.
Estos versos están cargados de puro sentimiento, si tu padre los estuviese leyendo se sentiría muy orgulloso, no solo por su hermosura sino por la emoción que le habrías despertado. La imagen es preciosa, recogimiento, penumbra y soledad del alma que grita la ausencia de un ser muy querido.
ResponderEliminarGracias por tus palabras. Cuando escribí este soneto sentí que estaba pagando una deuda de amor. Y de alguna forma creo que continúo pagándola...
Eliminar"El carbón de mi sangre" es una metáfora sugerente. Pero no entiendo lo de "bitácora".
ResponderEliminarLa bitácora, o cuaderno del mismo nombre, es una alusión a que mi padre era escritor.
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