Como flor del almendro, me das la primavera
cada vez que a mí vuelves, con tu andar impoluto,
y desgrana tu poma su resbalado fruto
desde todas las ramas de mi humana ladera.
Creces en mis cercados, agraz, enredadera,
insospechadas gemas arrancas de mi luto,
para después dejarme, en este suelo hirsuto,
el encendido rastro de una nieve postrera.
Echado de tal modo, ebrio de desamparo,
tus manos me consuelan y mi existencia pende
de los frescos favores de tu melancolía...
Y cuando me levanto encuentro que es más claro
el arroyo sagrado, mientras por él desciende
tu música a mi alma, en inmortal poesía.