martes, 4 de abril de 2023


La decadencia del Imperio (II). 

A la época de desastres que representó la primera parte del siglo III siguió, afortunadamente, una era de paz relativa, bajo el gobierno de emperadores capaces, desde Claudio II a Diocleciano (268-284), que eliminaron a los pretendientes de la corona imperial y consolidaron la seguridad en las fronteras. Los godos fueron derrotados por Claudio II en Dardania (269) y por Aureliano (270-275), que rechazó también a los germanos invasores de Italia y arrancó de las manos de Tétrico el dominio de Hispania, Galia y Britania. Aunque se abandonó la Dacia transdanubiana, creóse una provincia del mismo nombre y con muchos de los habitantes del sur del Danubio. Roma fue fortificada con una nueva muralla y la valiente reina Zenobia fue desposeída de su trono en Palmira y obligada a establecerse en Italia en calidad de rehén (273), pasando allí el resto de su vida. Probo (276-282), sucesor de Aureliano, expulsó a los germanos de la Galia y reformó el ejército imperial.
Dos años después del asesinato de Probo (durante los que reinaron seis emperadores, cada uno solamente unos meses) fue elegido emperador en Calcedonia Diocleciano (284-305), hijo de un liberto dálmata, el cual, para remediar la anarquía, llevó a cabo una reorganización total del Imperio, al que dividió en 12 diócesis, que comprendían cada una un cierto número de provincias (en total 102). Asoció al trono a Maximiano en calidad de "Augusto"; ambos Augustos adoptaron un "César" cada uno (Constancio y Galerio) y los cuatro se repartieron las diócesis estableciendo sus capitales en Nicomedia, Tréveris, Milán y Sirmión, respectivamente. Se recobró el dominio de Britania, mientras que en el este se volvía a conquistar Egipto y se obligaba a los persas a ceder territorios allende el Tigris.
Además fue quebrantado el poder omnímodo de los pretorianos en Roma, el Senado quedó reducido a poco más que un consejo municipal y se abolió la exención de tributos de que disfrutaban los habitantes de Italia. Los cristianos, que ya habían sufrido una sistemática persecución en tiempos del emperador Decio (250), fueron de nuevo duramente reprimidos por Diocleciano (303), con la intención de erradicar definitivamente un credo que se consideraba corrosivo del poder imperial.
El nuevo sistema administrativo funcionó bien hasta la abdicación de Diocleciano y Maximiano (305), a la que siguieron unos años de confusión en los que llegó a haber seis "Augustos" a la vez.
Fuentes: "Historia de Roma" (Theodor Mommsen). "Decadencia y caída del Imperio Romano" (Edward Gibbon).
Imagen: Busto de Diocleciano (244-311).