domingo, 5 de marzo de 2023


 

La decadencia del Imperio (I).
Desde Cómodo hasta Galieno (180-268) transcurre en el mundo romano un periodo de verdadera anarquía militar, de desastres casi continuos, agravados por plagas y hambres constantes que diezman a la población. La mayoría de los 21 emperadores que se sucedieron en este tiempo reinaron sólo meses y fueron coronados y depuestos según el capricho de la soldadesca o cayeron víctimas de venganzas personales. El Imperio, privado de importantes provincias fronterizas, pareció en muchas ocasiones a punto de derrumbarse.
El gobierno de Cómodo (180-192) degeneró en toda suerte de extravagancias y desafueros, a la par que el estado mental del emperador, hasta que éste fue asesinado después de una conjura. Septimio Severo (193-211), de origen africano, llegó al poder tras dominar el caos que se produjo tras la muerte de Cómodo. Disolvió la guardia pretoriana y la sustituyó por 50.000 hombres elegidos de entre las tropas fronterizas, cuyo poder e influencia fueron tan grandes que su "prefecto" se convirtió en el más importante de los ministros. Severo luchó victoriosamente contra los partos (197-199), ganando para el Imperio la nueva provincia de Mesopotamia. Durante su mandato se produjo también una violenta y larga represión del cristianismo (202-210). Caracalla (211-217), hijo de Septimio Severo, asesinó a su hermano Geta para asegurarse el poder y extendió la ciudadanía romana a todas las provincias del Imperio.
En 226, durante el reinado de Alejandro Severo (222-235), los persas sasánidas destronaron al rey de los partos y reclamaron en calidad de reyes de Persia los antiguos dominios del "Gran Rey", es decir, exigían la evacuación de toda Asia por los romanos. La guerra emprendida contra ellos por Severo no fue desastrosa, pero provocó otras guerras que sí lo fueron. En el año 242, los persas avanzaron sobre Antioquía, aunque luego se retiraron al Tigris a la llegada del emperador Gordiano III (238-244). En 260, cuando ya habían conquistado Armenia, los persas hicieron prisionero al emperador Valeriano (253-260), que murió en el cautiverio. El rey sasánida Sapor invadió Siria, Cilicia y parte de Capadocia, hasta que un ejército reunido por Odenato, gobernador de Palmira, le obligó a repasar el Éufrates.
Entretanto, el Occidente europeo iba sufriendo la avalancha de francos, alamanes y godos. En tiempos de Valeriano y de Galieno (260-268), los francos invadieron las Galias y parte de Hispania; los alamanes, por su parte, cruzaron el Danubio y los Alpes Réticos y llegaron a las puertas de Rávena (259), si bien se vieron obligados a retirarse con su botín. Los godos eran dueños de la costa septentrional del Ponto Euxino (mar Negro) y de la península de Crimea, desde donde, armando una escuadra, alcanzaron y saquearon la ciudad de Trebisonda (258-259). En el 260 entraron a sangre y fuego en Nicomedia y otras ciudades de Bitinia. En el 262 cruzaron el Helesponto y devastaron Atenas, ocupando en su avance la región del Epiro. A la llegada de Galieno, algunos godos se alistaron en el ejército romano y el resto volvió a su punto de partida.
Fue una época de espantosa miseria. Del 250 al 265, la peste causó continuos estragos y despobló urbes enteras. En este colapso general surgían por todas partes pretendientes a la corona imperial, a los que se ha denominado los "Treinta Tiranos" (aunque su número nunca fue exacto), como la reina Zenobia en Palmira y Tétrico en Galia, Britania e Hispania.
Fuentes: "Historia de Roma" (Theodor Mommsen). "Decadencia y caída del Imperio Romano" (Edward Gibbon).
Imagen: Busto de Caracalla (188-217).