Siempre que muere el astro vespertino,
dulcemente remoto,
y queda el campo a merced del viento
bajo un arpa de oro.
En tanto vuelan hojas a mecerse
en brazos del otoño
y se escucha el susurro de la esquila
de un rebaño recóndito.
Mientras su partitura el firmamento
despliega ante mis ojos,
dejando adivinar lo inescrutable
por el sentido absorto.
A la vez que contemplo hacia mí mismo
el íntimo cenobio
y encuentro el estilete de las Musas
con mi mano en el pomo...
Entonces yo quisiera ser de agua,
diluirme en sollozos,
para llegar, salado, al mar eterno
y alejarme de todo.
Este poema transmite un gran sensibilidad por la belleza... y también ganas de evadirse de la realidad.
ResponderEliminarLa belleza suele hacer que al espíritu le crezcan alas. Cuando estas alas se sienten es normal que se desee volar con ellas.
EliminarGracias por tu comentario.
Para que no haya confusión soy quien siempre he estado desde el principio como anónimo y dicho esto que precioso final ser de aga para llegar al mar eterno, ese mar que tanto adoro, y que tiene el poder de alejarnos de todo, precioso, de verdad.
EliminarMe alegro de que seas esa persona. Si uno quiere perderse de veras, ¿qué mejor lugar para ello que el mar, profundo e ilimitado? Gracias por volver a estar aquí.
EliminarMe gusta, aunque encuentro que el título no concuerda demasiado con el texto. ¿Puedes aclarar esto?
ResponderEliminarEl alma del poeta es el "jardín apartado". Creo que el poema se entiende así mejor.
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