martes, 2 de diciembre de 2025


En enero de 1492, la conquista del Reino de Granada, con su población musulmana y su fuerte minoría judaica, acentuaba el problema de la unidad religiosa y los Reyes Católicos decidieron entonces abordarlo a fondo. Con los mahometanos se intentó primero una labor de captación, en la que, partiendo del respeto a sus tradiciones, se procuraba cristianizarlos poco a poco. Pero el cardenal Cisneros impuso luego un criterio más radical que debía extender el cristianismo sin ningún tipo de miramientos. Esta línea de "mano dura" chocó con la población conquistada, que estimó que se estaban vulnerando los pactos inherentes a la rendición. Hubo una violenta sublevación en Granada en el año 1500 y otra en la Alpujarra en 1502. Fue precisa la intervención militar para reprimirlas de modo cruento. A continuación se ordenó la expulsión de los musulmanes no convertidos, si bien muchos siguieron viviendo en España y practicando más o menos ocultamente la religión islámica. Se trataba de los llamados "moriscos", competentes agricultores en su mayor parte. Por habitar en el campo y tener un escaso influjo social hubo con ellos una notable tolerancia hasta su definitivo exilio de España en 1609-1613, en tiempos del rey Felipe III.
Los judíos representaban un problema mayor, debido a su residencia en los núcleos urbanos y su considerable influencia económica. Fernando e Isabel se abstuvieron de tomar medidas contra ellos durante la guerra de Granada, por prudencia y porque necesitaban de sus préstamos para financiar la campaña. Pero una vez finalizado el conflicto optaron por una política de destierro. Hay que tener en cuenta que Francia (siglos XII y XIV) e Inglaterra (siglo XIII) ya habían iniciado este tipo de medidas persecutorias y que las expulsiones de judíos estaban a la orden del día en la Europa de fines del siglo XV, de suerte que el decreto de los Reyes Católicos no fue en absoluto una excepción. En mayo de 1492 se ordenó salir de todos los reinos españoles a aquellos judíos que no quisieran convertirse en el plazo de cuatro meses. Aunque se ha exagerado enormemente la cuantía de aquel éxodo, hasta suponer cifras cercanas al millón de emigrados, los estudios recientes y más ponderados estiman que fueron expulsados unos 150.000 judíos españoles (sefardíes) y que alrededor de 40.000 decidieron convertirse al cristianismo y permanecer en nuestro país. Los desterrados (a quienes no se permitió llevar consigo ningún tipo de moneda) fueron a establecerse en el norte de África, Mediterráneo oriental y también a la zona de los Países Bajos. Cierto número de ellos (se cree que unos 20.000) regresaron a España al cabo de los tres primeros años.
La sangría demográfica no fue, por tanto, excesiva. Pero sí tuvo una importancia cualitativa, pues los judíos eran por lo general cultos, hábiles comerciantes y profesionales, y constituían los más brillantes exponentes de la población urbana española. No es cierto que la expulsión dejara a los reinos peninsulares sin burguesía, pero está claro que la debilitó en una buena proporción. Y ello ocurrió cuando el descubrimiento de América (pocas semanas más tarde) habría permitido a los expertos negociantes hebreos capitalizar y movilizar en territorio español inmensas riquezas.
Fuente: "Historia de España Moderna y Contemporánea" (José Luis Comellas, Universidad de Sevilla).
Imagen: "Expulsión de los judíos de España (1492)", lienzo de Emilio Sala pintado en 1889.

3 comentarios:

  1. Muy buen comentario e imparcial.

    ResponderEliminar
  2. Me ha encantado como siempre, Rafael. !!
    Pobres sefardíes… siempre errantes !!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Todavía se siguen sintiendo españoles, a pesar de los siglos transcurridos.

      Eliminar