Como un hijo nace de sus padres y hereda muchas de sus cualidades, pero también se distingue de ellos, y hasta puede oponérseles, así también la llamada Edad Moderna nace de la Media y señala al mismo tiempo una desviación de las ideas vigentes en el mundo medieval. Ya en los siglos XIII y XIV había surgido en Europa una clase burguesa netamente diferenciada de nobles y de campesinos, una clase habitante de las ciudades y dedicada a la artesanía, al comercio, las incipientes industria y banca, y a la navegación. Fruto de esta evolución, una nueva mentalidad más afín a las ciencias humanas que a la teología se va imponiendo poco a poco, hasta que el "beato contemplativo", arquetipo cultural de la Edad Media, es sustituido por el "hombre de acción", dueño de su destino y confiado en sus propias habilidades para progresar, modelo humano que se consagra durante el siglo XV.
Ahora bien, este cambio de temperamento no es incompatible con la fe religiosa ni con un sentido espiritualista de la vida. De hecho, la dualidad entre un punto de vista teocéntrico y otro antropocéntrico se encuentra presente durante todo el Renacimiento, en convivencia primero y en conflicto después, hasta que a mediados del siglo XVII (en pleno auge del Racionalismo) la concepción laica y antropocéntrica acaba por prevalecer. Fue precisamente en España donde la contraposición entre una cultura con el eje en la religión y otra de orientación mucho más terrena se produjo de forma más dramática a lo largo de la Edad Moderna.
Durante todo el siglo XVI y la primera parte del XVII, nuestro país acaudilló lo que podría denominarse el sentido teocéntrico y espiritualista de la civilización occidental. En un auténtico derroche de energías, la hegemonía española se manifestó a la vez en el terreno político y militar, en los grandes viajes y exploraciones del mundo, y en la creatividad del pensamiento, la literatura y el arte. Pero España acabó agotada. La falta de pragmatismo, el descuido en el fomento de la prosperidad material, con los consiguientes desequilibrios sociales, y la ruina económica terminaron por pasarle una onerosa factura. Cuando el Racionalismo hacía triunfar en Europa su visión del hombre y de la existencia, los españoles se sumían en una profunda y difícilmente remediable decadencia.
Y así, a la España idealista, audaz y guerrera le sucedió otra España crítica, reformista y preocupada por las realidades más inmediatas. Los problemas que por entonces empezaron a plantearse siguen siendo, en buena medida, los que continúan discutiéndose en la actualidad.
Fuentes: "Historia de España Moderna y Contemporánea" (José Luis Comellas, Universidad de Sevilla).
Imagen: "Don Quijote en la playa de Barcelona", cuadro de Augusto Ferrer-Dalmau.