de anglosajonas playas,
mientras bebo en los vientos las noticias,
los duelos de la Patria.
No me abandona la labor secreta
que en mi interior avanza,
la melodiosa arpa, la armonía
que dulcemente embriaga.
Como en el claustro recogida, suena
esa oración sagrada,
vertida, acaso, por algún arcángel
para que entienda el alma.
Ignoro la razón, por qué me escoge
pulsando mis palabras...
Mas mi pública vida justifica
con su libertad santa.
Del vil legado de la seca carne
noble verdad arranca;
y lo mejor de un hombre, en vuelo eterno,
se lleva hasta su aura.
Divaga entonces liberada, agreste,
ajena a la jactancia,
subiendo más allá del horizonte
en nube solitaria.
Para el amor y la beldad nacida,
pura y votiva llama,
que arde pertinaz, sin consumirse,
cual de Moisés la zarza.
El testimonio de mi humano rostro
entrego en esta carta.
La verdadera imagen de mí mismo,
lo que fue de importancia.
Lo llamaré poesía... Y vosotros
disculpad si algo falta.
Que el corazón ya muere por echarse
en sus divinas alas.
(De "Cuando nada importe").